RECUERDOS DEL VIEJO F.A.L. CON CULATA DE MADERA
Se trataba de establecer una especial relación entre el soldado y el
fusil como armamento básico. Para el “colimba” argentino debía ser como “su
novia” en tanto que para el “pelao” chileno parte de su propio ser.
Arriba: Fusil Automático Liviano (F.A.L.).
Abajo: Fusil Automático Pesado (F.A.P.),
ambos, modelos antiguos con culatas de madera.
ambos, modelos antiguos con culatas de madera.
El Armamento básico de la
infantería y de las tropas para apoyo de combate eran esencialmente tres: el
Fusil Automático Liviano (FAL), el Fusil Automático Pesado (FAP) y las pistolas
Ballester Molina calibre .45. Todas, pocas veces usadas antes de ser afectados
a la movilización del ´78.
El FAL –entonces con culata de
madera- se completaba con un sable bayoneta con su correspondiente funda (tahalí),
dos porta cargadores de cuero con capacidad para dos cacerinas cada uno más la
que se llevaba adosada al arma (con capacidad para 20 proyectiles en cada
unidad)
Muchos años después de los
tiempos de cuartel al haber realizado cursos de defensa con armas de fuego de
puño y escopeta táctica, como así también de tiro táctico y haber tenido la posibilidad
de realizar entrenamientos junto a algunos integrantes de fuerzas especiales de
la policía santafesina, pude comprender lo poco que supimos en aquel entonces
sobre manejo seguro del arma y aprovechamiento al máximo de sus prestaciones.
Pero eso, como dije, fue mucho
tiempo después. En aquel entonces cuando uno recibía por primera vez el fusil
vaya si no se sentía invencible.
Recibimos instrucción divididos
en grupos para aprender –se suponía- el manejo de pistolas, ametralladoras PAM
2 y el citado FAL. Las prácticas de tiro, solo reservadas para el polígono que
estaba en los fondos del desaparecido Batallón de Ingenieros en Construcciones
121 (Hoy, Batallón de Ingenieros 1) y fueron muy acotadas.
Tiro cuerpo a tierra y rodilla a
tierra. Solo 3 o 5 disparos por soldado a cuyo lado se ubicaba un suboficial
instructor para corregir posturas y puntería.
Al otro lado de la cancha de tiro
asomaban desde un foso los clásicos blancos de cartulina, circulares
concéntricos, sobre los que con unos círculos metálicos adosados a unas largas
varillas se marcaba el lugar de impacto. Si algún soldado daba en el centro se
agitaba desde allí una bandera Argentina al grito de “¡Viva la patria!” que era
repetido a viva voz por todos los presentes.
Pero si el tirador no acertaba
siquiera dentro del círculo mayor se agitaba una bandera blanca al grito de “¡Viva
la papa!”, seguida de las clásicas rizas que ahogaban los improperios dirigidos
por el instructor hacia el soldado instruido.
Tuvimos el privilegio de que al
ser asistente del jefe de compañía, días previos a la movilización, íbamos hacia
el polígono a continuar con las prácticas no solo de FAL sino también con una
pistola Browning 9mm y una carabina .22. Tirábamos sobre los citados blancos,
sobre siluetas metálicas y tambores de 200 lts.
Formaron parte también de aquella
instrucción indicaciones sobre cómo se podía utilizar el FAL y sus accesorios
para neutralizar al enemigo: “(…) si se
tomaba a un adversario por la espalda el cuchillo, si se lo tenía, o en su caso
el sable bayoneta, debía ser clavado con fuerza en forma diagonal por encima de
la clavícula, y que la correa del FAL no era solo un elemento complementario de
transporte sino que con ella se podía estrangular a un enemigo haciendo una
suerte de torniquete desde atrás. Si se usaba la bayoneta calada –había dicho
el instructor en su momento- era probable que la misma se “enganchara” en el
cuerpo enemigo con su parrilla costal o columna y para salir rápido de tal
situación debíamos empujar hacia adelante con uno de nuestros pies puesto sobre
el pecho del adversario abatido y tirar con fuerza hacia atrás el fusil. Si no
se lograba el objetivo, bastaba con realizar un disparo ya que el tamaño de la
herida producida liberaría el sable de su traba ósea” (Fragmento del libro “Hubo
Penas y Olvido”).
Como señalamos anteriormente los
FAL de entonces tenían culata de madera y había que ser muy cuidadosos no solo
durante los movimientos vivos con fusil en mano (clásicas raneadas) sino
también durante las guardias. El solo hecho de golpearlos daba lugar al clásico
grito de “¡¡¡Nooombre!!!” espetado por el suboficial u oficial jefe de grupo,
seguido del también clásico “¡Anótese castigado!”. Y ese especial cuidado era
así porque hasta lo impensado podía ocurrir, y en efecto, ocurrió: “(…) En una oportunidad uno de los soldados
apostados sobre el mangrullo ubicado en el fondo del cuartel se durmió habiendo
apoyado el fusil sobre la baranda. Por las leyes de Newton y de la fatalidad el
arma cayó y pegó justo sobre una base de cemento rompiendo la culata de madera
y el cargador metálico, que –se dijo- tuvo que pagar el colimba además de haber
sido privado de varios francos” (Fragmento del libro “Hubo Penas y Olvidos”)
Los instructores repetían una y
otra vez la importancia del fusil para el soldado que era “como su novia” y por
lo cual había que aprender a manejarlo y cuidarlo.
A los soldados chilenos -conocidos
como “pelaos” como sinónimo de “colimba”- también se les infundía una especial relación
con su armamento. Ambos debían ser una sola entidad, tanto en la vida como en
la muerte, y así, cuando las tropas eran embarcadas en los camiones y ómnibus
para ser desplazadas hacia las bases aéreas o puertos desde donde partirían
hacia el frente, los conscriptos marchaban entonando vivamente “Mi fusil y yo”:
“La patria me lo brindó / y por ella
lucharemos / siempre juntos mi fusil y yo / y por ella lucharemos / siempre
juntos mi fusil y yo. Cuando estoy de centinela / no puedo sentir temor / porque
atentos vigilamos / siempre juntos mi fusil y yo / porque atentos vigilamos / siempre
juntos mi fusil y yo. Y al dar frente al enemigo / lucharemos con honor / como
hermanos de la gloria / siempre juntos mi fusil y yo / como hermanos de la
gloria / siempre juntos mi fusil y yo / Y si caigo en el combate / defendiendo
el pabellón / a su sombra dormiremos / siempre juntos mi fusil y yo / a su
sombra dormiremos / siempre juntos mi fusil y yo” (Fragmento del libro “Hubo
penas y olvidos”)
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