martes, 17 de enero de 2017

¡VIVA LA PAPA!



RECUERDOS DEL VIEJO F.A.L. CON CULATA DE MADERA

Se trataba de establecer una especial relación entre el soldado y el fusil como armamento básico. Para el “colimba” argentino debía ser como “su novia” en tanto que para el “pelao” chileno parte de su propio ser.




 
 Arriba: Fusil Automático Liviano (F.A.L.). 
Abajo: Fusil Automático Pesado (F.A.P.), 
ambos, modelos antiguos con culatas de madera.

El Armamento básico de la infantería y de las tropas para apoyo de combate eran esencialmente tres: el Fusil Automático Liviano (FAL), el Fusil Automático Pesado (FAP) y las pistolas Ballester Molina calibre .45. Todas, pocas veces usadas antes de ser afectados a la movilización del ´78.
El FAL –entonces con culata de madera- se completaba con un sable bayoneta con su correspondiente funda (tahalí), dos porta cargadores de cuero con capacidad para dos cacerinas cada uno más la que se llevaba adosada al arma (con capacidad para 20 proyectiles en cada unidad)
Muchos años después de los tiempos de cuartel al haber realizado cursos de defensa con armas de fuego de puño y escopeta táctica, como así también de tiro táctico y haber tenido la posibilidad de realizar entrenamientos junto a algunos integrantes de fuerzas especiales de la policía santafesina, pude comprender lo poco que supimos en aquel entonces sobre manejo seguro del arma y aprovechamiento al máximo de sus prestaciones.
Pero eso, como dije, fue mucho tiempo después. En aquel entonces cuando uno recibía por primera vez el fusil vaya si no se sentía invencible.
Recibimos instrucción divididos en grupos para aprender –se suponía- el manejo de pistolas, ametralladoras PAM 2 y el citado FAL. Las prácticas de tiro, solo reservadas para el polígono que estaba en los fondos del desaparecido Batallón de Ingenieros en Construcciones 121 (Hoy, Batallón de Ingenieros 1) y fueron muy acotadas.
Tiro cuerpo a tierra y rodilla a tierra. Solo 3 o 5 disparos por soldado a cuyo lado se ubicaba un suboficial instructor para corregir posturas y puntería.
Al otro lado de la cancha de tiro asomaban desde un foso los clásicos blancos de cartulina, circulares concéntricos, sobre los que con unos círculos metálicos adosados a unas largas varillas se marcaba el lugar de impacto. Si algún soldado daba en el centro se agitaba desde allí una bandera Argentina al grito de “¡Viva la patria!” que era repetido a viva voz por todos los presentes.
Pero si el tirador no acertaba siquiera dentro del círculo mayor se agitaba una bandera blanca al grito de “¡Viva la papa!”, seguida de las clásicas rizas que ahogaban los improperios dirigidos por el instructor hacia el soldado instruido.
Tuvimos el privilegio de que al ser asistente del jefe de compañía, días previos a la movilización, íbamos hacia el polígono a continuar con las prácticas no solo de FAL sino también con una pistola Browning 9mm y una carabina .22. Tirábamos sobre los citados blancos, sobre siluetas metálicas y tambores de 200 lts.
Formaron parte también de aquella instrucción indicaciones sobre cómo se podía utilizar el FAL y sus accesorios para neutralizar al enemigo: “(…) si se tomaba a un adversario por la espalda el cuchillo, si se lo tenía, o en su caso el sable bayoneta, debía ser clavado con fuerza en forma diagonal por encima de la clavícula, y que la correa del FAL no era solo un elemento complementario de transporte sino que con ella se podía estrangular a un enemigo haciendo una suerte de torniquete desde atrás. Si se usaba la bayoneta calada –había dicho el instructor en su momento- era probable que la misma se “enganchara” en el cuerpo enemigo con su parrilla costal o columna y para salir rápido de tal situación debíamos empujar hacia adelante con uno de nuestros pies puesto sobre el pecho del adversario abatido y tirar con fuerza hacia atrás el fusil. Si no se lograba el objetivo, bastaba con realizar un disparo ya que el tamaño de la herida producida liberaría el sable de su traba ósea” (Fragmento del libro “Hubo Penas y Olvido”).
Como señalamos anteriormente los FAL de entonces tenían culata de madera y había que ser muy cuidadosos no solo durante los movimientos vivos con fusil en mano (clásicas raneadas) sino también durante las guardias. El solo hecho de golpearlos daba lugar al clásico grito de “¡¡¡Nooombre!!!” espetado por el suboficial u oficial jefe de grupo, seguido del también clásico “¡Anótese castigado!”. Y ese especial cuidado era así porque hasta lo impensado podía ocurrir, y en efecto, ocurrió: “(…) En una oportunidad uno de los soldados apostados sobre el mangrullo ubicado en el fondo del cuartel se durmió habiendo apoyado el fusil sobre la baranda. Por las leyes de Newton y de la fatalidad el arma cayó y pegó justo sobre una base de cemento rompiendo la culata de madera y el cargador metálico, que –se dijo- tuvo que pagar el colimba además de haber sido privado de varios francos” (Fragmento del libro “Hubo Penas y Olvidos”)
Los instructores repetían una y otra vez la importancia del fusil para el soldado que era “como su novia” y por lo cual había que aprender a manejarlo y cuidarlo.
A los soldados chilenos -conocidos como “pelaos” como sinónimo de “colimba”-  también se les infundía una especial relación con su armamento. Ambos debían ser una sola entidad, tanto en la vida como en la muerte, y así, cuando las tropas eran embarcadas en los camiones y ómnibus para ser desplazadas hacia las bases aéreas o puertos desde donde partirían hacia el frente, los conscriptos marchaban entonando vivamente “Mi fusil y yo”: “La patria me lo brindó / y por ella lucharemos / siempre juntos mi fusil y yo / y por ella lucharemos / siempre juntos mi fusil y yo. Cuando estoy de centinela / no puedo sentir temor / porque atentos vigilamos / siempre juntos mi fusil y yo / porque atentos vigilamos / siempre juntos mi fusil y yo. Y al dar frente al enemigo / lucharemos con honor / como hermanos de la gloria / siempre juntos mi fusil y yo / como hermanos de la gloria / siempre juntos mi fusil y yo / Y si caigo en el combate / defendiendo el pabellón / a su sombra dormiremos / siempre juntos mi fusil y yo / a su sombra dormiremos / siempre juntos mi fusil y yo” (Fragmento del libro “Hubo penas y olvidos”)

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