AUN EN SITUACIONES LÍMITES QUEDA ESPACIO PARA CIERTO OCIO
Fotograma del film "Pantaleón y las visitadoras"
“Yo soy yo y mis circunstancias” enseñaba José Ortega
y Gasset quien había muerto precisamente 23 años antes de que Jorge Videla firmara
el decreto disponiendo la movilización masiva de tropas hacia las fronteras
Oeste y Este. Y la vida pone a los seres humanos en circunstancias que parecen
hechas a medida o que todo se va dando como un capricho del destino.
“El
bar de moda en la capital santafesina se ubicaba en la esquina de Buenos Aires
(hoy Monseñor Zazpe) y San Martín y había sido bautizado Shelter en honor al
tema de los Rolling Stone Gimme Shelter (Dame refugio) canción escrita por Mick
Jagger y Keith Richards en el entonces no tan lejano 1969 y referido a Vietnam.
Y vale recordar esto porque así como señalábamos aquella ironía de la canción
de la Carrá,
ésta otra tiene una estrofa que dice War,
children, it's just a shot away, It's just a shot away, es decir, La
guerra, niños, está a un solo tiro de distancia, está a un solo tiro de
distancia… No lo sabíamos cuando departíamos alegremente en sus mesas, pero en
verdad estaba a un solo tiro de distancia y nosotros seríamos los encargados de
protagonizarla” (Fragmento
del libro “Hubo Penas y Olvidos”)
Pero esta no
fue la única “canción de moda” que enmarcaba nuestras realidades y circunstancias. Desde la península itálica llegaba la estridencia y dinamismo de Rafaela
Carrá con su –nada más y nada menos- “Hay que venir al sur”.
Y las pequeñas radios
a transistores (las más completas, con audífonos ya que los auriculares no
existían) disparaban a repetición “Para
enamorarse bien hay que venir al sur / para enamorarse bien iré dónde
estás tú / sin amores, quien se puede consolar / sin amores, esta vida
es infernal”.
Y
muchas historias de amores se tejieron en aquellas latitudes y en aquellas
circunstancias. Amores mentidos, amores verdaderos, amores comprados, amores
destrozados, pero seguramente nunca y en ningún caso, amores olvidados.
Así
como circulaban entre los civiles versiones de que miles de ataúdes habían sido
despachados en trenes hacia el sur del país, entre la tropa circulaba una más
entretenida: que las fuerzas armadas enviaban en trenes o micros cientos de
prostitutas para satisfacer ese “obscuro objeto del deseo” de los combatientes.
A priori, pareciera algo descabellado pero ya Mario Vargas Llosa contempló tal
posibilidad en “Pantaleón y las visitadoras” donde al capitán Pantaleón Pantoja
se lo pone al frente de una sección de prostitutas para recorrer las
guarniciones de la región selvática del Perú a fin de bajar la tasa de abusos
sexuales que tenían como blanco a las jóvenes lugareñas.
Y
aunque nada de esto ocurrió en aquel verano del 78 cada soldado, con jerarquía
o sin ella, se las arregló como pudo o como se lo permitieron sus
circunstancias.
Un
joven oficial del ejército argentino fue sancionado con tres días de arresto “por presentarse en un lugar de reunión de
oficiales superiores acompañado de una mujer no siendo ésta su esposa”. Lo
que había ocurrido es que este treintañero oficial había conquistado una bella
dama en las calles céntricas de alguna ciudad sureña cuyos datos no se brindan
para evitar efectos colaterales complementarios y bajo aquel mandato de “si te portas mal, borra las evidencias y
niégalo todo”.
Con
su flamante conquista el oficial se dispuso a degustar un café en su grata
compañía en el bar de uno de los hoteles de aquella ciudad sin reparar que el
lugar estaba plagado de oficiales de todas las fuerzas y armas.
Un
coronel, que no era su jefe directo pero al fin y al cabo sí su superior de
mayor jerarquía en ese momento y lugar comunicó la novedad al teniente coronel
que sí era su jefe y el joven oficial debió pasar tres días encerrado (arrestado)
en el camarote del tráiler que hacía las veces de dormitorio.
En
rueda de oficiales, dice, y después de aquella situación y mientras circulaba
de mano en mano el tradicional mate el soldado cebador espetó un comentario que
disparó la ira del sancionado. “Mi
teniente primero, de que la va el coronel si cuando yo fui a las casitas las
otras noche él estaba sentado en un sillón del living y tenía a una de las
putas sentada sobre su falda”.
“Las
casitas” era tres inmuebles ubicados en algún barrio periférico de aquella
ciudad y en el cual vivían unas tres o cuatro mujeres por unidad. Todas
provenientes del “norte” del país y que de noche –o cuando se suponía que debía
serlo porque en el sur el sol se pone muy pero muy tarde- eran prestadoras
sexuales como las del capitán Pandoja.
Otro
solado cuenta que muchos suboficiales de su unidad eran verdaderos “ganadores”
y cada noche se hacían buscar en el portón de acceso del lugar que oficiaba de
vivac por alegres muchachas. Pero entre ellos estaba un sargento sobre el que
pesaba la sospecha de que había optado por un alegre muchacho como compañía y
cuya presencia justificaba apuntándolo como un viejo amigo.
Así
competían entre ellos a ver quien se hacía buscar por el mejor auto de la
época. Y así desfilaban los Opel K 180, los Fiat Súper Europa aunque también
uno que otro Citroen 2CV.
Otro joven oficial,
que se había ganado –y bien ganada- la comparación con Isidoro Cañones se
convirtió ciertamente en el ídolo de su soldadesca. Había conquistado a la
dueña de una boite (término antiguo si los hay) e inmediatamente procedió al
intercambio de figuritas: él, además de su amor circunstancial (otra vez,
Ortega y Gasset), puso a disposición del boliche un par de soldados experto uno
en sonorización y el otro en la preparación de tragos, los cuales todas las
noches contaban con permiso especial para cumplir sus faenas hasta las primeras
luces del día.
Los
soldados a cambio de sus servicios podían consumir alimentos y bebidas sin límites
(¡incluidas las históricas wiskolas y cubalibre!) y algo de tabaco sin cargo,
pero nada de hacer uso de los servicios de las “prestadoras”. Ahí había que
ponerse. Si no consumían nada la “amante del teniente francés” les realizaba un
pequeño pago conforme a como se había recaudado en la noche.
Pero
el mentado “Isidoro Cañones” tenía no solo acceso gratuito a la boite (y a su
propietaria, obvio) sino también canilla libre y diversión asegurada.
Otro
soldado cuenta que había conquistado a una joven un poco más chica que él pero
la falta de recursos económicos y “conocimiento del terreno” imposibilitaron la
consumación… Y todo quedó en intentos. “Recuerdo
que en una oportunidad salimos a caminar por la ciudad. Caminamos, caminamos y
caminamos hasta que llegamos a unas rías de suelo muy pero muy rocoso. Después
del obligatorio cuerpo a tierra y cuando comenzamos con lo que parecía se
concretaría ocurrió lo peor. Un silbido nos volvió a la realidad. Provenía de
un pozo de zorro ubicado a muy pocos metros y que no habíamos visto… lleno de
soldados y ametralladoras antiaéreas que despuntaban. No entendimos lo que nos
gritaban por el fuerte viento que soplaba pero no se necesitó mucho para
comprender que debíamos replegarnos”.
“Nunca más supe de ella
–agrega- y tampoco la localicé en el
moderno facebook, lo que sí hice con otra muchacha de entonces, amiga de un
soldado de mi compañía, con la cual intercambiamos en aquel 78 muchísimas
cartas. Pero cuando la ubiqué dijo no recordar quién era”.
Otra
“circunstancia” que podría enmarcarse en otro tema de entonces, de José Augusto
titulado “Mi primer amor”: “En una fiesta
muy linda donde tu fuiste a bailar /
sin querer nos encontramos y te quise saludar / de pronto tu me miraste fingiendo haberme olvidado / con tu sonrisa forzada supe que te habías casado /
Y toda la noche bailaste con el / si tus ojos miraban fingían no ver / nunca pude saber si era dicha o dolor / recordando mi primer amor”.
sin querer nos encontramos y te quise saludar / de pronto tu me miraste fingiendo haberme olvidado / con tu sonrisa forzada supe que te habías casado /
Y toda la noche bailaste con el / si tus ojos miraban fingían no ver / nunca pude saber si era dicha o dolor / recordando mi primer amor”.
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