sábado, 5 de diciembre de 2015

¡AL ASALTO, FUEGO LIBRE Y A DEGUELLO!



El permiso estaba dado. La orden también. Una decisión desafortunada quedó al descubierto por un cencerro delator.


En líneas generales, no faltaba la comida. Solo que a medida que uno se aproximaba a lo que sería la primera línea de fuego aquella decaía en cantidad o, en algunos casos, se veía demorado el suministro.
Para compensar algunas faltantes en cuanto a cantidad y calidad en algunas posiciones, con permiso o sin él, los soldados cazaban algunas de las abundantes ovejas de la región.
Un grupo de solados del Batallón de Ingenieros en Construcciones 121 que estaba camuflado en la ladera de una elevación custodiando un helipuerto de campaña le disparó con una ametralladora multipropósito 12,7 mm a una majada terminando con varias a la vez en una sola ráfaga. La medida la habían adoptado al comprobar lo imposible que era pretender capturarlas a campo abierto y a la carrera. Habían fracasado en varios intentos cuando el grupo pasaba pastando por el lugar.  
En una estancia de la provincia de Santa Cruz el capataz, francés y con “una hija espectacular” como dirían algunos soldados, había dado permiso para que la tropa que acantonaba no muy lejos del casco matara un par de aquellos animales que poblaban de a miles sus extensísimos dominios.
El oficial jefe le dio la orden al suboficial jefe de grupo y éste la repitió seleccionando un par de soldados para tal faena. Esa noche habría un sabroso asado a la estaca.
Los elegidos también comprendieron en forma rápida que era imposible tratar de atraparlas sin lazo alguno ni corral. Así que uno de los solados tomó su FAL y con certera puntería “bajó” dos ejemplares. La cena asegurada y lo que seguía era tarea de los cocineros.
A la mañana siguiente a la ingesta el oficial jefe se presentó ante la tropa requiriendo a viva voz por “los tagarnas” que habían matado a las ovejas. Es que el francés le había puesto sus quejas dado que entre los blancos seleccionados se encontraba la mejor de la estancia y la más apreciada por sus cuidadores al punto tal que el animal portaba un cencerro como guía de las majadas.
“Y… yo le tiré porque era la más gordita”, se justificó el improvisado francotirador. “Con razón tenía una campanita”, acotó en alusión a la que le había quitado al animal una vez abatido y que el capataz encontró en su ronda diaria sobre un charco de sangre en medio de la nada.


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