UN PATRÓN COMÚN A UN LADO Y OTRO DE LA FRONTERA
Tomamos para entonces un trabajo elaborado por el psicólogo
Alberto Levy y que fuera publicado, entre otros medios, en “La Revista”, edición N° 555, año 2004, editada por la Escuela
Superior de Guerra del Ejército Argentino bajo el título, literal, de “Ansiedad de Combate” y cuyo contenido
forma parte del libro “Liderazgo y
ansiedad de combate” también editado por dicha institución bajo la firma
del mismo autor.
Citando a Janoff-Bulman y Frieze, Levy puntualiza que “la guerra pone en
crisis el bagaje cognitivo del sujeto” y genera
una situación que excede al propio concepto de estrés. Así en tanto para
En los contactos personales, telefónicos o por correo
electrónico que pudimos concretar cuándo redactábamos el libro, no fueron pocos
los que manifestaron que durante la participación en los operativos -tanto del
lado argentino como del chileno- tuvieron un firme deseo de que se desataran
las acciones bélicas. Algunos conservan ese sentimiento con culpa y hasta
cierta vergüenza, en tanto otros lo atribuyen a “locuras juveniles”.
En realidad, este estado de ánimo podría responder a dos cuestiones:
1) el suministro encubierto de anfetaminas (cuestión que abordamos en detalle
en el libro), y 2) a la ansiedad de combate. Al estar preparado para algo que
nunca termina de llegar.
En ese contexto emocional se ubican dos testimonios que
fueran publicados en un medio del país trasandino.
Se trata de una entrevista a dos participantes en la
movilización de su país en 1978. Uno como suboficial y el otro como soldado
raso.
El Cabo 1° Rodolfo Guajardo formaba parte de la Infantería de Marina y en tal carácter fue embarcado hacia Isla Nueva entre agosto y septiembre de aquel año (recordemos que Chile inicio ante su desplazamiento de tropas y ocupó las tres islas principales amparándose en el laudo británico).
Su comandante le pidió socarronamente a Guajardo que
tuviera el uniforme bien planchado y se aprestara “para desfilar en Buenos Aires” porque la guerra sería un mero
trámite para las tropas chilenas.
Pero antes de “tomar” la capital argentina, el suboficial
fue posicionado en una de las islas principales (ubicada al Este de Picton y
Lennox), con una extensión de 17 kms por un ancho de 11 kms. Cuyas costas
fueron cubiertas por minas antipersonales y antiblindados, alambres de púa y
diversos obstáculos para frenar a los vehículos anfibios de la Infantería de
Marina argentina.
Guajardo había recibido una orden clara de sus superiores:
defender la posición, no hasta la última bala, sino hasta el último hombre.
Para esto, llevaba bien a punto el doble filo del famoso cuchillo corvo de los
infantes trasandinos.
Sin recordar bien la hora, el 22 de diciembre le llegó la
contraorden: mediará el Vaticano y no habrá acción bélica. “Bueno, nos quedamos
con las ganas” pensó el Cabo 1°. Durante su repliegue le envió a su padre de
Cochrane una foto suya con una dedicatoria en el reverso: “Papá, una vez más me quedo con el patriotismo oprimido en el pecho sin
poder agarrarnos con los 'che'. Con todo cariño tu hijo, Pollo”.
Por su parte, Gerardo Marchant fue incorporado como
soldado raso al Regimiento de Artillería Antiaérea, en Colina, al norte en la
región metropolitana de Santiago. No fue desplazado hacia el sur ni hacia el
norte. Le asignaron la misión de proteger antenas de comunicaciones.
El entrevistado no pudo precisar la fecha, pero
seguramente ocurrió el 22 de diciembre o muy pocos días antes, a las 3 de la
mañana sonó la alarma antiaérea provocando un gran revuelo en la posición.
Todos corriendo a sus puestos, a cargar cañones, ametralladoras y a fijar la
vista en el cielo oscuro para tratar de divisar los blancos. Pero luego se dio una
contraorden. Esa situación pudo haber sido consecuencia de las acciones de
distracción llevadas adelante por la Fuerza Aérea Argentina.
Marchant contó durante la entrevista que “Lo único que queríamos es que hubiera
guerra” y que cuando les llegó la
comunicación indicando que el cardenal Samoré y otros dos purpurados habían
sido comisionados por Juan Pablo II para intermediar dijo que tanto él como sus
camaradas de posición se sintieron muy, pero muy decepcionados.
Del lado argentino, un soldado de defensa antiaérea nos
comentó que “Asomaba la cabeza
desde la carpa y ya era como que quería salir a matar” en
tanto que otro, integrante de la X Brigada de Infantería Mecanizada dijo, en
relación al Día D: “Esa noche casi no
dormimos, había mucha tensión entre los oficiales y mucha
excitación bélica entre los pendejos, que éramos nosotros”.