Solo una parte de la acción: penetrar la primera línea enemiga
La táctica y la estrategia estaban definidas. El día D, precisado. Pero de
la mesa de arena al terreno, había una gran diferencia.
Conforme vamos
obteniendo datos, a través de documentación o por testimonios de los propios
protagonistas (en muchos casos, fuentes calificadas por su posición y rol) lo
vamos ingresando a la historia de fondo. Para completarla, y para mantenerla
–pese a todo- viva.
En el libro “Hubo penas y olvidos…” contábamos que “El 9 de diciembre
se le comisionó al grupo comando que integraba hacer un reconocimiento sobre la
zona fronteriza y las estancias donde operaban algunas compañías del batallón
trabajando a destajo. Salimos antes del amanecer en una Chevrolet doble cabina, nueva, propiedad
de la Dirección de Vialidad de la provincia de Santa Fe. El sargento González
tenía a cargo la conducción del vehículo y el grupo lo completábamos el
teniente primero García, el sargento ayudante Giménez y el dragoneante Sánchez”. Es este el
comienzo de los hechos a los que nos queremos referir.
El objetivo de
aquella presencia fue, ni más ni menos, que realizar un reconocimiento del
terreno por el cual al Batallón de Ingenieros en Construcciones 121 (Santo
Tomé, provincia de Santa Fe) se le había asignado la misión de abrir las
brechas por donde habrían de pasar las brigadas integradas al V Cuerpo de
ejército al mando del general José Antonio Vaquero.
En particular se
había ordenado tal acción a las compañías Comando (Teniente Primero Ricardo
García) y “A” (Teniente Primero Vicente Belsito) y no hubiera resultado nada
sencillo.
Tras la alambrada
divisoria de la frontera los ingenieros militares chilenos habían colocado,
desde hacía meses, una gran cantidad de minas antipersonales y antiblindados.
Detrás, y en algunos puntos, los puestos ordinarios de Carabineros que actuaban
más como observadores y alerta temprana. Luego seguía una línea defensiva
conformada también por Carabineros, cadetes de las escuelas de suboficiales
y oficiales, los Alférez (subtenientes) recién graduados y soldados, también,
recientemente incorporados., muchos de los cuales recibieron una rápida y
básica instrucción militar en el lugar.
Detrás, una
segunda línea, pero ya mejor estructurada. Estaban diseminados los efectivos
del Regimiento N° 10 “Pudeto” con sus compañías de infantes, morteros y
artillería de campaña. Más al sur, ya sobre la Tierra del Fuego chilena, se
había ubicado al Regimiento N° 11 “Caupolicán”, reforzado con compañías del
Regimiento N° 1 “Buin” traídas desde Santiago.
Completaban el
cuadro las secciones de motos cazatanques (con un conductor y un artillero en
cada vehículo aportados por los propios integrantes o requisadas a los civiles)
y las montoneras de los Huasos de Buera (baquianos que, a caballo iban
pertrechados con sus propias armas domésticas, pero actuaban bajo las ordenes
de un suboficial del ejército por grupo). Tanto los motociclistas como los
jinetes habían recibido una previa y ligera instrucción militar. Los primeros
tenían por misión interceptar blindados argentinos y hacer la mejor puntería
posible –mejor si lo era en las orugas- para no desperdiciar el único disparo
de sus lanzacohetes, en tanto los otros, cual los gauchos de Güemes, debían -como
guerra de guerrilla- atacar y replegarse.
Penetrar esas
posiciones, si bien resultaba posible, no hubiese sido tarea sencilla, al punto
tal que en aquella primera acción de abrir las brechas (tarea a cargo de los
ingenieros militares argentinos) para dar paso a la avanzada, se estimaba que
las tropas empeñadas en tal objetivo sufrirían el 80% de bajas.
En la zona de El
Zurdo (en la provincia de Santa Cruz y en el último recodo del mapa), detrás del
puesto de Gendarmería Nacional, se encontraba uno de los pasos seleccionados
para el día D. Y aquel 9 de diciembre del ´78 allí se dirigió el grupo comando
del Batallón de Ingenieros 121, que tuve el honor de integrar, al mando del teniente
primero Ricardo García para relevar el terreno y tomar contacto con el
comandante de la posición de la policía fronteriza a fin de obtener la mayor
información posible. Al fin y al cabo, nuestros gendarmes en la frontera hacían
lo mismo que los carabineros al otro lado de la histórica alambrada divisoria.
Observarse. Tomar nota de cada movimiento, de cada presencia no habitual.
Para que la infantería
y blindados argentinos pudieran trasponer ese sector se requería entonces, lo
que se dice, abrir las brechas necesarias. Tarea que compete a los ingenieros. Y
para ello es necesario conocer el terreno y quiénes están del otro lado (tipo
de efectivos, poder de fuego, disposición defensiva, etc.). Los datos obtenidos
servirán para definir la acción a emprender, cómo está preparado el adversario
y prever, a su vez, qué movimientos espera el enemigo que la propia tropa
realice.
Y aquí aparece un
dato no menor que guarda relación con esto. Tanto las motos cazatanques, las
montoneras y la primera línea chilena habían sido dispuestas para obligar a la
avanzada argentina a dirigirse hacia determinados corredores donde serían
aguardados no solo por más campos minados sino por terrenos horadados y
bloqueados por los ingenieros militares chilenos para “clavar” en el terreno a
los vehículos argentinos y hacerlos presa fácil de su artillería de campaña. Es
por todo esto que el General Menéndez era uno de los que sostenía que el primer
ataque argentino en la zona podría ser rechazado por las fuerzas chilenas las
cuales lanzarían una contraofensiva –decía- que podría haber llegado hasta las
puertas de Río Gallegos pero que por peso propio se produciría la devolución
con un lento repliegue de los invasores hasta diezmarlos en su propio territorio.
Es tal vez por esto que un sector del generalato argentino estimaba que sería
una guerra larga y sangrienta.
Y efectivamente
los planes elaborados en Santiago también preveían, al menos, parte de esta
consideración. En sus planes estaba capturar Río Gallegos en una dirección de
ataque y en otra, Bahía Blanca, para luego intentar una acción de pinza para
terminar ocupando toda la Patagonia.
En consecuencia,
si había ataque se sabía de antemano que Chile no solo se defendería, sino que
contraatacaría, y por esto la acción de la avanzada argentina no tenía márgenes
para errores.
Es por esto
también que a quienes se asignaron las tareas de abrir aquellos pasos o brechas
sabían también que, conforme a los manuales militares, -como explica el
teniente Juan Fernando Etcheverry en “Técnicas
y tácticas para la apertura de brechas”- había que conocer la “existencia de obstáculos alámbricos; Claros
y rodeos; Composición del campo minado (profundidad, tipo de minas y forma de
instalación, minas activadas, etc); y Ubicación de la defensa directa”.
Y en aquel sector
sureño, tal misión había sido encomendada a las compañías Comando y “A”, cuyos
jefes era los tenientes primeros Ricardo García y Vicente Belsito,
respectivamente, quienes tras la información colectada por el grupo comando del
batallón más –seguramente- el relevamiento aportado por inteligencia del V
Cuerpo de Ejército, habían previsto precisamente que la misión podía
concretarse, pero a un alto costo de vidas.
Dieciocho días
después de nuestra presencia en El Zurdo, es decir el mismo 22 de diciembre
(día D), el general José Antonio Vaquero, en calidad de comandante del Teatro
de Operaciones Sur (T.O.S.) nos dirigió una fuerte arenga donde nos reclamaba
matar a 7 soldados chilenos antes de caer en combate. Un 7 x 1 que, según sus
cálculos, haría imponer el peso numérico de las tropas argentinas por sobre las
trasandinas.
Solo conociendo
estos detalles, muchísimos años después pude comprender el porqué, días posteriores
a aquel reconocimiento de terreno y minutos después de la arenga, había
escuchado a un subteniente decir “mi
teniente primero, nos mandan al matadero”.
Pero era un estado
de guerra y las ordenes debían ser cumplidas. La máxima cuartelera de “el soldado no piensa, ejecuta” se
derrama sobre todas las jerarquías cuando se está en el frente de batalla, y
estuvo muy cerca de ser una terrible realidad elevada a su máxima expresión.
Mantener la historia viva, solo en Chile
El 3 de diciembre
de 2018, ex soldados que integran la Agrupación
Valientes de la Pampa, fueron recibidos en el Regimiento N° 10 “Pudeto”,
que fuera su cuartel durante 1978. En la oportunidad los recibió el jefe de la
unidad teniente coronel Alejandro Moreno Araya, quien les dio la bienvenida
reconociéndolos como héroes de la patria. Como se conmemoraban 108 años de la
creación de la unidad, se realizó en la misma un acto importante, oportunidad
en la que se les permitió desfilar junto a las tropas regulares.
El 18 de diciembre
del año pasado, ex soldados del Regimiento N° 1 “Buin” regresaron a la ciudad
de Punta Arenas tras 41 años, para recorrer los lugares hacia donde fueron
movilizados en 1978.
Estos otrora
jóvenes hicieron el servicio militar obligatorio en aquella unidad ubicada en
Santiago y durante la guerra por el canal del Beagle fueron movilizados para
sumarse al Regimiento N° 10 “Caupolicán”, distribuyéndose en las zonas de Río
Grande, Manantiales y Pampa Guanaco. Tenían por misión detener el avance de las
tropas de Infantería de Marina que comenzarían a desplazarse desde la Tierra de
Fuego argentina.
El 16 de enero de
este año 80 ex soldados oriundos, de la localidad de Linares, también
retornaron a su viejo cuartel en Punta Arenas para desde allí poder visitar los
viejos emplazamientos de las trincheras. También fueron recibidos, con todos
los honores, por el jefe de la unidad, pero además por el alcalde de la ciudad
anfitriona.
Hay que destacar
que el viaje fue posible gracias al aporte económico del alcalde y concejo
municipal de Linares.
Pero el acto más
emotivo fue, quizás, el llevado a cabo por un grupo de ex soldados que
integraron la 2da. Compañía de Fusileros del “10”, que se reunieron en la zona
de trincheras de Ci Aike (comuna de San Gregorio) para dar cumplimiento al
pedido póstumo que les realizara su entonces jefe, el capitán Rafael Cruz. Fue
por esto que, en una pequeña formación, los 16 ex soldados tras entonar el
himno de Chile esparcieron al viento las cenizas de su jefe.