¡A LOS BAÑOS
CARRERA MARCH!
Aspectos de
la vida (y biología) cotidiana siguen su curso aún en situación de conflicto. Y
la cuestión “ida al baño” se convirtió en todo un tema a un lado y otro de la
extensa frontera argentino-chilena.
A la semana de haber sido incorporados al cuartel y en
el ya tradicional “postre” de sémola con leche azucarada tuvimos un complemento
extra: aceite de ricino. Famoso y temido laxante de la época.
Nunca con tanta ansiedad la tropa esperaba a la mañana
siguiente la primera orden de “¡A los
baños carrera mmmmuarrr!” (como pronunciaba el subteniente Machuca). Después
de ejecutada la orden con placer algunos no pudieron esperar una segunda
oportunidad y sobre todo un soldado cuyo nombre guardaremos con respetuoso
silencio.
Este buen cristiano apeló al ingenio de la emergencia
biológica y puedo asegurarlo que, contra todo pronóstico, lo hizo con éxito.
Resultado final tal vez incómodo, pero exitoso en su objetivo primario.
Estaba la compañía ya formada frente a la cuadra
presta a marchar a formación en la plaza de armas y junto a la orden de “¡frenteccc, mmmmuarrr!” (otra vez la dicción
del subteniente correntino) el citado soldado tampoco pudo desatender la orden
biológica que disponía repetir la acción intestinal recién ejecutada.
El grupo de solados comenzó a marchar bajo el
repiqueteo del jefe de sección “un, dos,
un dos, izquierd…, derech…”. El recluta se bajó el pantalón de combate,
adoptó una posición parcial de cuclillas y avanzando a lo cangrejo (de costado)
-para no ser superado por la columna que le seguía- fue defecando, también, al “un, dos, un dos,…”.
Particular anécdota al margen la “ida al baño” era
todo un tema, y más en campaña.
Durante la movilización y en el vivac constituido en
la Sociedad Rural de Río Gallegos “Con
una retroexcavadora cavaron un pozo profundo en el patio de la rural y con una
grúa colocaron una gran casilla de madera con techo a dos aguas. Su interior
era una sola habitación de cinco por cinco metros aproximadamente y en los dos
laterales le habían efectuado cortes cuadrados de 0,30 ctms por lado sobre los
listones de madera del piso. Allí quedó improvisada la letrina y los soldados
para utilizarla debían colocarse en cuclillas sobre aquellas perforaciones
apoyando sus espaldas sobre la pared con el debido cuidado que ninguna
pertenencia se le fuera a la “deshonra” porque sería imposible recuperarla”
(fragmento del libro “Hubo penas y olvidos”).
Pero
en las posiciones más avanzadas la cuestión no resultaba menor y las tropas
propias y trasandinas debían resolverla del mejor modo posible. Un oficial
chileno cuenta:“Estuve en un hoyo de 1,5 metro de profundidad
de 3 metros
de fondo y 6 de frente, tapado por paños de carpa que se pasaban todos con la
lluvia y ramas para el mimetismo, caminando sobre el barro y durmiendo en
camarotes de ramas hechizos, el baño estaba en un rincón del forado de 1 metro cuadrado
de superficie y dos de profundidad, cuando se llenaba se prendía paja con cal
para que se disolviera. No faltó el día de mucha lluvia que salían a flote los
sobrantes” (fragmento del libro “Hubo penas y olvidos”).
También
registramos casos de soluciones prácticas e individuales como la del soldado,
incorporado al Grupo de Artillería de Defensa Antiaérea (G.A.D.A. 121) que
decidió darle “cristiana sepultura” a sus desechos.
“Teníamos el vivac no muy lejos del casco de
una estancia de Guer Aike y mas retirado había un cementerio británico medio
abandonado” introduce el artillero para luego explicar que respondía al
llamado material de la naturaleza acudiendo al mismo para defecar sentado sobre
alguna de las lápidas mohosas que en reducido número conformaban el lugar.