lunes, 3 de marzo de 2025

SIN BALAS Y A LAS TROMPADAS

 UNIDAD CHILENA SUBLEVADA EN DICIEMBRE DE 1978

 El incidente ocurrió en el Batallón de Infantería Liviana, jurisdicción de la V División de Ejército, en el extremo sur del país trasandino. Apostados muy cerca de la línea fronteriza, 470 soldados indisciplinados no acataban ninguna orden y amenazaban de muerte a sus superiores. El llanto del subteniente y los conocimientos de boxeo que salvaron a un cabo segundo.

  

                         El suboficial dio la orden y ninguno de los solados presentes estaba                           dispuesto a cumplirla. Uno de ellos lo increpó y comenzó el combate
a puño limpio.


Entre las miles de historias que se tejieron a uno y otro lado de la cordillera, y a lo largo de los más de 3000 km de frontera andina, hay versiones que luego fueron comprobadas, otras no comprobadas pero verosímiles y –por supuesto- encontramos también aquellas que no cuentan con asidero alguno. Hay relatos gratificantes y otros indignantes o cuanto menos, incomodantes. En esta oportunidad nos referiremos a la narración sobre un hecho confirmado por uno de los protagonistas directos, pero veamos primero el contexto.

Como ocurrió en Argentina en 1978 (y se repetiría en 1982), los institutos militares que forman suboficiales y oficiales –en ambos países- anticiparon la graduación de los cadetes del último año.

En el caso del ejército argentino los cadetes del Colegio Militar de la Nación, de la Escuela de Suboficiales “Sargento Cabral” y de la entonces Escuela de Suboficiales para Apoyo de Combate “General Lemos”[1], recibieron en forma anticipada las jinetas de cabos, cabos primeros (dependiendo de la institución formadora) y de subtenientes.

Lo mismo ocurrió en el caso del ejército de Chile, donde por Resolución 2321/78 de la Dirección de Personal se dispuso anticipar la finalización de cursos de los cabos segundos y alférez.

Tanto en un caso como en otro toda la flamante tropa fue enviada a los destinos dispuestos conforme a las planificaciones estratégicas de sus respectivos estados mayores.

El cabo segundo Héctor Aravena Pérez, del arma de infantería, se encontraba entre aquellos jóvenes chilenos que fueron sorprendidos por la situación limítrofe, y fue destinado de inmediato al Regimiento de Infantería Nº 14 “Caupolicán” con asiento en la ciudad de Porvenir, ubicada en la provincia de Tierra del Fuego, Región Magallánica y de la Antártica Chilena (tal su denominación).

Cabe señalar que Porvenir, por entonces habitada por unas 1500 personas, había sido fortificada dado que era uno de los objetivos en el avance de cinco de los Batallones de Infantería de Marina (reforzados con comandos del Ejército) desde la Tierra de Fuego argentina.

El Regimiento “Caupolicán” se encontraba reforzado y como dicen algunos autores había sido convertido en una especie de improvisada brigada, por lo que contaba con un batallón de infantería, un grupo de artillería, una compañía antiblindados y una compañía logística, siendo robustecido con carabineros, jóvenes civiles reclutados a la fuerza y los suboficiales y oficiales de graduación anticipada. En lo único que coincidían los comandantes argentinos y chilenos es que el “Caupolicán” no podría detener el avance de nuestras tropas por diferentes e incuestionables motivos: superioridad numérica y de entrenamiento, pero también de cantidad y calidad de armamento. Porvenir era una posición de suma importancia para apoyar el plan argentino de la invasión principal o central que era a la altura de la línea Punta Arenas-Puerto Natales y estaría a cargo –también- de tropas del ejército bajo el mando del General José Antonio Vaquero, entonces comandante del Teatro de Operaciones Sur (T.O.S.) durante el “Operativo Soberanía”.

Se destaca que originalmente su asiento de paz era la comuna de Lautaro (30 km. al norte de Temuco) en la provincia de Cautín, Región de Araucanía, y fue mudada en 1969 –precisamente- en los albores de la agudización del conflicto por el Beagle. Debemos tener en cuenta que los presidentes Tte. Gral. Alejandro Lanusse y Salvador Allende acuerdan en 1971 –tras largas deliberaciones- solicitar la intervención de la corona británica, y previendo ya la posibilidad de no llegar a un entendimiento directo, o la de un fallo adverso o el fracaso de la gestión (que en definitiva fue lo que ocurrió) el alto mando chileno comenzó a fortificar –desde entonces- su extremo sur.

El cabo segundo Aravena Pérez fue reasignado al Regimiento Blindado Nº 5 y enviado primero a instruir nuevos soldados acantonados en estancia “Entre Vientos”, ubicada a 75 kms de Punta Arenas (por que la mayoría de la tropa llegaba sin conocimientos básicos militares). Posteriormente es destinado a una posición adelantada ubicada muy cerca de la frontera a la altura de Monte Aymond (que sería, precisamente, junto a El Zurdo, uno de los pasos en el avance de la infantería y blindados argentinos). Fue allí donde vivió una durísima experiencia con su propia tropa, la cual estaba literalmente sublevada y este hecho quedó reflejado en el libro “Voces del Ejército de Chile en la crisis del canal del Beagle”[2].

Las primeras batallas con las que debió lidiar el joven suboficial fueron la escasez de municiones y de herramientas para realizar fortificaciones, las dificultades para recibir el racionamiento que definían de tardío y escaso y, por sobre todas las cosas, la sarna que afectaba a la tropa.

Superado el “día D”, junto a otros tres suboficiales Aravena Pérez fue enviado a Punta Delgada para hacerse cargo del denominado Batallón de Infantería Liviano que contaba con 470 soldados y hasta entonces estaba al mando de un teniente y un subteniente. En esta unidad, solo muy pocos soldados tenían fusiles SIG y la mayoría había sido provisto de fusiles Mauser, pero a estos nunca les entregaron una sola munición. Es decir, al 22 de diciembre de 1978 la mayoría de los soldados de esa unidad lo transitó sin posibilidad de efectuar un solo disparo.

Cuando arribaron, los sorprendió el grado de indisciplina de los soldados, la falta de aseo y el estado totalmente desalineados que excedía incluso lo propio de una larga estadía en terreno.

Cuenta Aravena Pérez que vio llorar al subteniente frustrado porque la tropa hacía caso omiso a cualquier orden que impartiera. Había llamado a formación para presentar la tropa a los nuevos mandos, pero nadie acató la orden. Ya no había subordinación ni respeto por lo que los dos oficiales mencionados fueron desplazados, replegados y reemplazados por los suboficiales.

Los soldados habían alcanzado un grado de descontrol tal que fue necesario que se les retirara todo el armamento dado que los suboficiales recién llegados temían por sus propias vidas.

Por las noches, Aravena Pérez –que reconoce expresamente que habían sido amenazados de muerte- junto a sus camaradas dormían juntos y con los fusiles SIG en mano.

En una oportunidad el recluta que asomaba como cabecilla de sus pares insultó y desafió a pelea al cabo segundo Oyarzún Villarroel quien, siendo practicante de boxeo, aceptó el reto y logró imponerse. El resultado del combate morigeró un poco la situación pero no descomprimió tensiones.

Por esto los 4 suboficiales debieron solicitar auxilio a la superioridad a través del estafeta que llevaba las raciones a la posición, por lo que la unidad fue finalmente replegada hacia el Regimiento de Infantería 22 “Lautaro” quedando bajo el mando de sus autoridades.

 

El caso argentino que pasa factura

 

Sin la magnitud de los hechos antes descriptos, a este lado de la frontera se vivió una situación que podríamos ubicar “al borde de la sublevación” y que se agotó en una fugaz insubordinación.

Unos soldados se habían comido las facturas reservadas para los oficiales lo cual hizo que toda la unidad fuera “bailada” en plena estepa patagónica con singular, injustificada y reprochable violencia.

Cuando la soldadesca realizaba -alrededor de un capitán- saltos de rana con los brazos extendidos sosteniendo los fusiles con ambas manos, uno de los soldados se levantó y apuntando con el FAL de bayoneta calada al pecho del oficial le reprochó duramente lo desmesurado de la sanción y la saña puesta de manifiesto por el superior, lo cual estaba afectando física y psíquicamente a la tropa. “Nos está matando, mi capitán”, habría espetado el soldado. El resto de la tropa, de acuerdo a los testimonios, se mostraba dispuesta a utilizar las armas contra los superiores de continuar con esa tortura. La “raneada” terminó en ese acto y no hubo sanciones para los que encabezaron el reclamo ni para los que, efectivamente, se habían comido –a escondidas- aquellas facturas.

 



[1] La “Gral. Lemos, creada en 1939, finalmente se fusiona con la “Sgto. Cabral” en 2002.

[2] Autores: Francisco Chauán Chahuán, Carlos Burnes Torres y Francisco Sánchez Urra. Ed. Alba, Valparaíso, Chile.