UNIDAD CHILENA SUBLEVADA EN DICIEMBRE DE 1978
Entre las miles de historias que se tejieron a uno y otro lado de la cordillera, y a lo largo de los más de 3000 km de frontera andina, hay versiones que luego fueron comprobadas, otras no comprobadas pero verosímiles y –por supuesto- encontramos también aquellas que no cuentan con asidero alguno. Hay relatos gratificantes y otros indignantes o cuanto menos, incomodantes. En esta oportunidad nos referiremos a la narración sobre un hecho confirmado por uno de los protagonistas directos, pero veamos primero el contexto.
Como ocurrió en Argentina en 1978 (y se
repetiría en 1982), los institutos militares que forman suboficiales y
oficiales –en ambos países- anticiparon la graduación de los cadetes del último
año.
En el caso del ejército argentino los
cadetes del Colegio Militar de la Nación, de la Escuela de Suboficiales “Sargento Cabral” y de la entonces Escuela
de Suboficiales para Apoyo de Combate “General
Lemos”[1],
recibieron en forma anticipada las jinetas de cabos, cabos primeros
(dependiendo de la institución formadora) y de subtenientes.
Lo mismo ocurrió en el caso del ejército
de Chile, donde por Resolución 2321/78 de la Dirección de Personal se dispuso
anticipar la finalización de cursos de los cabos segundos y alférez.
Tanto en un caso como en otro toda la
flamante tropa fue enviada a los destinos dispuestos conforme a las
planificaciones estratégicas de sus respectivos estados mayores.
El cabo segundo Héctor Aravena Pérez, del
arma de infantería, se encontraba entre aquellos jóvenes chilenos que fueron
sorprendidos por la situación limítrofe, y fue destinado de inmediato al
Regimiento de Infantería Nº 14 “Caupolicán”
con asiento en la ciudad de Porvenir, ubicada en la provincia de Tierra del Fuego,
Región Magallánica y de la Antártica Chilena (tal su denominación).
Cabe señalar que Porvenir, por entonces
habitada por unas 1500 personas, había sido fortificada dado que era uno de los
objetivos en el avance de cinco de los Batallones de Infantería de Marina
(reforzados con comandos del Ejército) desde la Tierra de Fuego argentina.
El Regimiento “Caupolicán” se encontraba reforzado y como dicen algunos autores había
sido convertido en una especie de improvisada brigada, por lo que contaba con
un batallón de infantería, un grupo de artillería, una compañía antiblindados y
una compañía logística, siendo robustecido con carabineros, jóvenes civiles
reclutados a la fuerza y los suboficiales y oficiales de graduación anticipada.
En lo único que coincidían los comandantes argentinos y chilenos es que el “Caupolicán” no podría detener el avance
de nuestras tropas por diferentes e incuestionables motivos: superioridad
numérica y de entrenamiento, pero también de cantidad y calidad de armamento.
Porvenir era una posición de suma importancia para apoyar el plan argentino de
la invasión principal o central que era a la altura de la línea Punta Arenas-Puerto
Natales y estaría a cargo –también- de tropas del ejército bajo el mando del
General José Antonio Vaquero, entonces comandante del Teatro de Operaciones Sur
(T.O.S.) durante el “Operativo Soberanía”.
Se destaca que originalmente su asiento de
paz era la comuna de Lautaro (30 km. al norte de Temuco) en la provincia de
Cautín, Región de Araucanía, y fue mudada en 1969 –precisamente- en los albores
de la agudización del conflicto por el Beagle. Debemos tener en cuenta que los
presidentes Tte. Gral. Alejandro Lanusse y Salvador Allende acuerdan en 1971 –tras
largas deliberaciones- solicitar la intervención de la corona británica, y
previendo ya la posibilidad de no llegar a un entendimiento directo, o la de un
fallo adverso o el fracaso de la gestión (que en definitiva fue lo que ocurrió)
el alto mando chileno comenzó a fortificar –desde entonces- su extremo sur.
El cabo segundo Aravena Pérez fue
reasignado al Regimiento Blindado Nº 5 y enviado primero a instruir nuevos
soldados acantonados en estancia “Entre
Vientos”, ubicada a 75 kms de Punta Arenas (por que la mayoría de la tropa
llegaba sin conocimientos básicos militares). Posteriormente es destinado a una
posición adelantada ubicada muy cerca de la frontera a la altura de Monte Aymond
(que sería, precisamente, junto a El Zurdo, uno de los pasos en el avance de la
infantería y blindados argentinos). Fue allí donde vivió una durísima
experiencia con su propia tropa, la cual estaba literalmente sublevada y este
hecho quedó reflejado en el libro “Voces
del Ejército de Chile en la crisis del canal del Beagle”[2].
Las primeras batallas con las que debió
lidiar el joven suboficial fueron la escasez de municiones y de herramientas
para realizar fortificaciones, las dificultades para recibir el racionamiento
que definían de tardío y escaso y, por sobre todas las cosas, la sarna que
afectaba a la tropa.
Superado el “día D”, junto a otros tres
suboficiales Aravena Pérez fue enviado a Punta Delgada para hacerse cargo del
denominado Batallón de Infantería Liviano que contaba con 470 soldados y hasta
entonces estaba al mando de un teniente y un subteniente. En esta unidad, solo
muy pocos soldados tenían fusiles SIG y la mayoría había sido provisto de
fusiles Mauser, pero a estos nunca les entregaron una sola munición. Es decir,
al 22 de diciembre de 1978 la mayoría de los soldados de esa unidad lo transitó
sin posibilidad de efectuar un solo disparo.
Cuando arribaron, los sorprendió el grado
de indisciplina de los soldados, la falta de aseo y el estado totalmente
desalineados que excedía incluso lo propio de una larga estadía en terreno.
Cuenta Aravena Pérez que vio llorar al
subteniente frustrado porque la tropa hacía caso omiso a cualquier orden que
impartiera. Había llamado a formación para presentar la tropa a los nuevos
mandos, pero nadie acató la orden. Ya no había subordinación ni respeto por lo
que los dos oficiales mencionados fueron desplazados, replegados y reemplazados
por los suboficiales.
Los soldados habían alcanzado un grado de
descontrol tal que fue necesario que se les retirara todo el armamento dado que
los suboficiales recién llegados temían por sus propias vidas.
Por las noches, Aravena Pérez –que
reconoce expresamente que habían sido amenazados de muerte- junto a sus
camaradas dormían juntos y con los fusiles SIG en mano.
En una oportunidad el recluta que asomaba
como cabecilla de sus pares insultó y desafió a pelea al cabo segundo Oyarzún
Villarroel quien, siendo practicante de boxeo, aceptó el reto y logró
imponerse. El resultado del combate morigeró un poco la situación pero no
descomprimió tensiones.
Por esto los 4 suboficiales debieron
solicitar auxilio a la superioridad a través del estafeta que llevaba las
raciones a la posición, por lo que la unidad fue finalmente replegada hacia el
Regimiento de Infantería 22 “Lautaro”
quedando bajo el mando de sus autoridades.
El caso
argentino que pasa factura
Sin la magnitud de los hechos antes
descriptos, a este lado de la frontera se vivió una situación que podríamos
ubicar “al borde de la sublevación” y que se agotó en una fugaz
insubordinación.
Unos soldados se habían comido las
facturas reservadas para los oficiales lo cual hizo que toda la unidad fuera
“bailada” en plena estepa patagónica con singular, injustificada y reprochable
violencia.
Cuando la soldadesca realizaba -alrededor
de un capitán- saltos de rana con los brazos extendidos sosteniendo los fusiles
con ambas manos, uno de los soldados se levantó y apuntando con el FAL de
bayoneta calada al pecho del oficial le reprochó duramente lo desmesurado de la
sanción y la saña puesta de manifiesto por el superior, lo cual estaba
afectando física y psíquicamente a la tropa. “Nos está matando, mi capitán”,
habría espetado el soldado. El resto de la tropa, de acuerdo a los testimonios,
se mostraba dispuesta a utilizar las armas contra los superiores de continuar
con esa tortura. La “raneada” terminó en ese acto y no hubo sanciones para los
que encabezaron el reclamo ni para los que, efectivamente, se habían comido –a
escondidas- aquellas facturas.
[1] La “Gral. Lemos,
creada en 1939, finalmente se fusiona con la “Sgto. Cabral” en 2002.
[2] Autores:
Francisco Chauán Chahuán, Carlos Burnes Torres y Francisco Sánchez Urra. Ed.
Alba, Valparaíso, Chile.