LAS CAPELLANÍAS TAMBIÉN ACTUARON DURANTE LA MOVILIZACIÓN DE 1978
Sacerdote José Guntern, capellán del Batallón de Ingenieros en Construcciones 121 y de la Agrupación de Ingenieros Anfibios 601, Santo Tomé, provincia de Santa Fe, durante la movilización de 1978.
A raíz de un
artículo periodístico publicado hace un tiempo en un medio gráfico nacional
sobre la participación de religiosos en las islas Malvinas en 1982, comencé a
indagar un poco sobre el particular, sin descuidar la propia experiencia.
Ya en el
Virreinato del Río de La Plata existía el cargo de Teniente Vicario Castrense,
heredado del sistema español. Pero fue el 29 de Noviembre de 1813 cuando la
Asamblea creó el Servicio Religioso del
Ejército hasta que el 8 de Julio de 1957, por acuerdo con el Vaticano, se
lo transforma en el Vicariato Castrense
para dar asistencia espiritual a las tres fuerzas armadas (Ejército, Marina de
Guerra, Aeronáutica) y fuerzas de seguridad nacionales (Gendarmería,
Prefectura, Policías Federal y de Seguridad Aeroportuaria). Sus componentes, en
líneas generales se escalonan en capellán mayor, capellán castrense y auxiliar.
En el Batallón de Ingenieros en Construcciones 121 de la ciudad de Santo Tomé (prov. de Santa Fe), hoy Batallón de Ingenieros 1, contábamos -en 1978- con el capellán Juan Julio Banasiak, a quien conocíamos como el padre Julio, y de acuerdo a la información que pudimos reunir prestó servicios en la unidad entre 1974 y 1984.
Próximo a la
finalización del periodo de instrucción, los soldados que no eran bautizados
y/o no habían tomado la primera comunión podían hacerlo y para ello en
determinadas horas y días eran reunidos en uno de los espacios abiertos de la
unidad para escuchar al sacerdote con su catequesis. Quienes se preparaban para
el bautismo y la comunión inicial debían elegir a su padrino de entre los
restantes componentes de la compañía.
Las charlas eran
a pleno rayo del sol y los soldados asistían cuando terminaban el duro trajín
del entrenamiento básico en el llamado periodo de instrucción militar inicial.
Y ocurrió que, en una oportunidad, el capellán reportó ante el suboficial de
semana que dos de los reclutas se habían dormido durante la catequesis.
Obviamente que recibieron “horas extras” de movimientos vivos, y eso quebró la
poca empatía que ya reinaba entre la tropa respecto del religioso.
Y el 22 de
noviembre de 1978 el cura partió junto al grueso del batallón hacia lo que
luego sería el Teatro de Operaciones Sur (T.O.S.). Pero no estuvo mucho tiempo
allí. Se dijo, había solicitado su regreso a Santo Tomé alegando compromisos
sacerdotales previos.
Esto generó
algunos comentarios, como el que daba cuenta de que el religioso, siendo niño,
había atravesado horribles experiencias durante la Segunda Guerra Mundial en su
Polonia natal y le resultaba muy traumático el escenario bélico donde nos
encontrábamos en esos momentos.
Verdad o no, lo
cierto es que de un día para el otro Banasiak retornó a la provincia de Santa
Fe y su lugar fue cubierto por el capellán José Tarcisio Guntern, (que prestó
servicios desde ese año hasta 1987 para la Agrupación de Ingenieros Anfibios 601,
hoy Batallón de Ingenieros Anfibios 121).
Guntern, que se
hacía cargo de la capellanía de dos batallones, años después tuvo un rol
importante durante el escándalo que tuvo como principal protagonista al
pervertido Obispo Eduardo Storni, y con el cual se encontraba enfrentado
precisamente por su actuar sexual aberrante abusando de jóvenes seminaristas.
Era de contextura
grande y ciertamente obeso. Estando en el acantonamiento de Río Gallegos tuve
un solo cruce directo con él. Ambos, en direcciones opuestas, teníamos que pasar
por el mismo y estrecho espacio. Por cuestión de jerarquía y volumen obviamente,
le cedí el paso mientras le hacía el famoso saludo uno (venia o saludo de
visera). Se detuvo frente a mí y cuando esperaba alguna reprimenda, preguntó “soldado ¿sos de Santa Fe?”, y ante la
respuesta afirmativa espetó “¿De Colón o
de Unión?”, ante la respuesta de que era simpatizante del “rojinegro”
continuó su marcha repitiendo “Muy bien,
muy bien”.
Improvisado,
breve y extraño diálogo al margen, conforme los días transcurrían en el Teatro
de Operaciones Sur el clima se iba poniendo cada vez más espeso al punto tal
que nos habían instruido para dar la extremaunción a todo mortal que cayera
gravemente herido a nuestro lado en plena acción.
No eran necesario
aceites especiales ni aguas bendecidas y –dijeron- era suficiente decir “Yo te absuelvo de todos tus pecados”
mientras se le hacía la señal de la cruz sobre la frente al moribundo.
Parece una simple
anécdota, pero ¡vaya!, teníamos 18-19 años y la muerte –hasta ese entonces- se
presentaba como algo lejano, casi impensado.
Me llamó la
atención, también, que durante una misa de campaña el religioso bendijera las
armas. Es decir, se estaba invocando al supremo para que las protegiera y no
fallaran al momento de ser utilizadas contra el oponente. Cosa extraña. Lo
mismo hacían los sacerdotes al otro lado de la cordillera.
Pero al margen de
estos hechos y las reflexiones que ellos ameritaban, para los creyentes, la
presencia sacerdotal era más que importante en un momento tan crítico de
nuestras vidas. Ahora sí, la muerte estaba a la vuelta de la esquina… o detrás
del alambrado fronterizo.
Por eso, la
mayoría de los soldados católicos participaba en los oficios religiosos y hasta
comulgaba, incluso sin confesión previa atento a las circunstancias imperantes.
En el caso de las
fuerzas armadas argentinas diferente fue el panorama para los solados de profesiones
religiosas no católicas. Hasta donde pudimos indagar, en 1978 no fueron
admitidas capellanías ni colaboraciones con representantes de otras expresiones
espirituales. Por lo que los cinco y únicos Rabinos Baruj Plavnik, Felipe Yafe,
Efraín Dines y Tzví Grunblatt y Natán Grunblatt, fueron los primeros en ser
autorizados a sumarse como capellanes transitorios en un teatro de operaciones,
recién en 1982 durante la guerra de Malvinas.