LA IMPROVISACIÓN CARACTERIZÓ A VARIAS UNIDADES DEL EJÉRCITO CHILENO
La estrategia argentina dio sus
frutos inmediatos: las tropas terrestres y la fuerza aérea debieron dispersarse
ante un frente amenazado in extenso, lo cual obligó a agudizar el ingenio y
confiar un eventual éxito de las operaciones de defensa o ataque en el
patriotismo.
Entendemos que, al menos
inicialmente, el alto mando militar argentino administró muy bien sus recursos
y posibilidades en aquel olvidado 1978. Desplegar sus tropas a lo largo de toda
su frontera Oeste obligó al adversario a dosificar cuidadosamente los elementos
disponibles para enfrentar un ataque. Y así, la improvisación trató de ganarle
a la escases de pertrechos y cantidad de efectivos mínimos indispensables para
tal cometido.
Y así, a mediados de aquel año
(recordemos que Chile comenzó su movilización militar en forma sigilosa y mucho
antes que Argentina), empezaron a surgir los problemas. Al verse obligados a
dispersar su defensa, las unidades más importantes (y con ello todo su
equipamiento) fueron destinados al Sur quedando entonces desguarnecida la
frontera Norte (Perú / Bolivia), como también la central y del Noreste
(Argentina).
Era tan acuciante el panorama que
la mayoría de los tanques y aviones aptos estaban en el Teatro de Operaciones Austral
(T.O.A., tal la denominación dada) dispuesto por el mando chileno al igual que
los más poderosos regimientos. Fue tal la desolación en la zona central que
ninguna unidad de ingenieros había quedado disponible para cubrirla, en cuyo
radio se incluía a Santiago.
En el mes de Junio se dispuso
crear la Compañía de Ingenieros de la III División de Ejército con asiento en
el Regimiento de Infantería de Montaña N° 17 “Los Ángeles” ubicado en la ciudad
con igual nombre, ubicada a 510 kms de Santiago. Pero su armado tampoco resultó
tarea sencilla.
Un radiograma dirigido al Coronel
Jorge Núñez Magallanes, director de la Escuela de Ingenieros de “Tejas Verdes”,
ubicada en la localidad de San Antonio (región de Valparaíso) le imponía la
designación de un capitán, un teniente y un cabo para armar la compañía en
cuestión. Como se mantenía aún en el más absoluto secreto cual era la misión a
encomendar y como ninguno de los asistentes a los cursos del instituto militar
estaba dispuesto a dejar el lugar que se habían ganado a fuerza de mérito y
foja de servicios intachable, se propuso definirlo por sorteo. Pero finalmente
el ofrecimiento del capitán Anibal Barrera Ortega evitó tal extremo.
El oficial designó directamente
al subteniente Máximo Mardones Melo -subalterno con el cual ya tenía trato y
conocimiento- como el segundo oficial requerido, sumándose al dúo el suboficial
faltante. De inmediato fueron transferidos al RIM 17, que estaba al mando del
Teniente Coronel Nelson Robledo Romero, y a los pocos días de su llegada
recibieron 70 soldados provenientes del Regimiento de Ingenieros de Montaña N°
2 “Puente Alto” (Gran Santiago).
El segundo inconveniente fue que
la tropa había sido enviada solo con el uniforme puesto. Ni equipamiento
complementario, ni armas, lo que obligó al capitán Barrera Ortega a realizar
intensas gestiones para tal cometido. Finalmente consiguió se le enviarán 100
fusiles SIG. No tuvo igual suerte con el pedido de provisión de minas
anticarros logrando conseguir que le enviaran solo un centenar de minas
antipersonales.
Pero los inconvenientes no
cesaron. Al jefe de compañía se le dio la orden de licenciar de inmediato a los
70 conscriptos y convocar, en su reemplazo, a civiles voluntarios, lo que
retrasó el alistamiento de la subunidad.
Solucionado esto, una nueva orden
siguió horadando el ánimo de los responsables de la Compañía de Ingenieros:
debía enviar los fusiles SIG hacia el T.O.A., recibiendo en su reemplazo igual
cantidad de fusiles Mauser, pero con limitada ronda de municiones.
Tras la llegada de los nuevos
reclutas, se sumaron a la subunidad el Teniente Federico Holzsauer Bruna, el Subteniente
Gaspar Weinsperger Loyola, como así también 16 Cabos Segundos procedentes del Regimiento
de Infantería de Montaña N° 18 “Guardia Vieja” (ciudad de Los Ángeles).
A finales de octubre de 1978 el
Capitán Barrera Ortega recibió la orden de marchar con su compañía hacia la
localidad de Antuco, a 441 Km de Santiago y a 65 Km de Los Ángeles.
Hay que destacar que se encuentra
allí la presa hidroeléctrica homónima, al igual que las de El Toro y Abanico,
en las márgenes del río Laja, y que eran uno de los objetivos de la aviación
argentina y las tropas que avanzarían desde el Teatro de Operaciones Nor Oeste
(T.O.N.O.) bajo la comandancia del General Menéndez.
En la posición la compañía quedó
bajo la comandancia del Teniente Coronel Ramón Guajardo Valtierra, responsable
de la línea defensiva de Piedra del Indio.
A poco de arribar a la posición
el capitán Barrera Ortega ordenó el inicio de la colocación de los explosivos,
llegando a distribuir un total de 3.567 trampas (ya que por la falta de
elementos propios muchas fueron realizadas artesanalmente).
Como el 5 de diciembre un avión
Pucará de la Fuerza Aérea Argentina sobrevoló a muy baja altura la zona,
sorprendiendo a los ingenieros en plena faena, Barrera Ortega estimó que habían
sido fotografiados minando el terreno, razón por la cual mandó realizar trampas
falsas para desorientar a los atacantes (levantar pequeños montículos de tierra
removida dando la impresión de la existencia de un explosivo).
El propio jefe de la Compañía de
Ingenieros destacó años después de los hechos y durante una entrevista dada a
Interferencia.cl: “Nuestra diferencia con
los argentinos era apabullante. Ellos contaban con un batallón de Infantería
completo, lo que significa más de 700 hombres, a lo que se debía agregar el
personal de Artillería y de los servicios logísticos. El batallón liviano
chileno apenas si llegaba a los 250. La compañía de Ingenieros tenía 95. Por si
fuera poco, los soldados argentinos tendrían el apoyo de un grupo de Artillería
de 12 bocas de fuego de 105 mm”.
Agregó durante esa entrevista que
“Logísticamente, estaban muy bien abastecidos.
Desde la parte más alta de los pasos Pilunchaya y Copulhue, podíamos darnos
cuenta de que, además de comida caliente, recibían grandes cantidades de
manzanas y muchas cajas con botellas de Coca-Cola. Era pintoresco ver a los
soldados-conscriptos argentinos asolearse con el torso desnudo y frotado con
esa bebida para conseguir un óptimo tostado de la piel”.
La sinceridad del capitán Barrera
Ortega no hace otra cosa que confirmar los datos de superioridad de las fuerzas
beligerantes argentinas existentes en aquellos tiempos. Pero además el oficial
recuerda el asombro experimentado sobre otras cuestiones: “Nos resultó extraño que tuvieran una unidad de Ingenieros que estaba
en condiciones de desplegar una pista metálica de aterrizaje. Los informes chilenos
de Inteligencia no hablaban de que el batallón argentino contara con apoyo
aéreo. Pero se supo más tarde que en Neuquén estaba operable un avión Pucará
IA-58 dotado de tren de aterrizaje triciclo, y que contaba con capacidad
fotogramétrica”.
Recordemos
que la función de los batallones de ingenieros atacantes es, precisamente abrir
brechas para permitir el paso de la infantería y blindados, por lo que la
sorpresa del oficial chileno se centra en el apoyo aéreo que esta unidad
recibiría, aunque su estimación –en base a como dice, la inteligencia militar-
es desacertada. La Fuerza Aérea Argentina disponía de numerosos aviones para
atacar la zona.
A más
de 40 años de aquella vivencia, y coincidiendo con las sensaciones y
necesidades de muchos componentes de las tropas argentinas, algunos soldados,
suboficiales y oficiales chilenos tienen -aún- la necesidad de volver a visitar
los lugares por los cuales se fueron desplazando. Unos para atacar, otros para
defender.