viernes, 31 de julio de 2020

DEL 7 X 1 AL 80 %


Solo una parte de la acción: penetrar la primera línea enemiga

La táctica y la estrategia estaban definidas. El día D, precisado. Pero de la mesa de arena al terreno, había una gran diferencia.





Conforme vamos obteniendo datos, a través de documentación o por testimonios de los propios protagonistas (en muchos casos, fuentes calificadas por su posición y rol) lo vamos ingresando a la historia de fondo. Para completarla, y para mantenerla –pese a todo- viva.
En el libro “Hubo penas y olvidos…” contábamos que El 9 de diciembre se le comisionó al grupo comando que integraba hacer un reconocimiento sobre la zona fronteriza y las estancias donde operaban algunas compañías del batallón trabajando a destajo. Salimos antes del amanecer en una Chevrolet doble cabina, nueva, propiedad de la Dirección de Vialidad de la provincia de Santa Fe. El sargento González tenía a cargo la conducción del vehículo y el grupo lo completábamos el teniente primero García, el sargento ayudante Giménez y el dragoneante Sánchez” Es este el comienzo de los hechos a los que nos queremos referir.



El objetivo de aquella presencia fue, ni más ni menos, que realizar un reconocimiento del terreno por el cual al Batallón de Ingenieros en Construcciones 121 (Santo Tomé, provincia de Santa Fe) se le había asignado la misión de abrir las brechas por donde habrían de pasar las brigadas integradas al V Cuerpo de ejército al mando del general José Antonio Vaquero.
En particular se había ordenado tal acción a las compañías Comando (Teniente Primero Ricardo García) y “A” (Teniente Primero Vicente Belsito) y no hubiera resultado nada sencillo.
Tras la alambrada divisoria de la frontera los ingenieros militares chilenos habían colocado, desde hacía meses, una gran cantidad de minas antipersonales y antiblindados. Detrás, y en algunos puntos, los puestos ordinarios de Carabineros que actuaban más como observadores y alerta temprana. Luego seguía una línea defensiva conformada también por Carabineros, cadetes de las escuelas de suboficiales y oficiales, los Alférez (subtenientes) recién graduados y soldados, también, recientemente incorporados., muchos de los cuales recibieron una rápida y básica instrucción militar en el lugar.
Detrás, una segunda línea, pero ya mejor estructurada. Estaban diseminados los efectivos del Regimiento N° 10 “Pudeto” con sus compañías de infantes, morteros y artillería de campaña. Más al sur, ya sobre la Tierra del Fuego chilena, se había ubicado al Regimiento N° 11 “Caupolicán”, reforzado con compañías del Regimiento N° 1 “Buin” traídas desde Santiago.
Completaban el cuadro las secciones de motos cazatanques (con un conductor y un artillero en cada vehículo aportados por los propios integrantes o requisadas a los civiles) y las montoneras de los Huasos de Buera (baquianos que, a caballo iban pertrechados con sus propias armas domésticas, pero actuaban bajo las ordenes de un suboficial del ejército por grupo). Tanto los motociclistas como los jinetes habían recibido una previa y ligera instrucción militar. Los primeros tenían por misión interceptar blindados argentinos y hacer la mejor puntería posible –mejor si lo era en las orugas- para no desperdiciar el único disparo de sus lanzacohetes, en tanto los otros, cual los gauchos de Güemes, debían -como guerra de guerrilla- atacar y replegarse.
Penetrar esas posiciones, si bien resultaba posible, no hubiese sido tarea sencilla, al punto tal que en aquella primera acción de abrir las brechas (tarea a cargo de los ingenieros militares argentinos) para dar paso a la avanzada, se estimaba que las tropas empeñadas en tal objetivo sufrirían el 80% de bajas.




En la zona de El Zurdo (en la provincia de Santa Cruz y en el último recodo del mapa), detrás del puesto de Gendarmería Nacional, se encontraba uno de los pasos seleccionados para el día D. Y aquel 9 de diciembre del ´78 allí se dirigió el grupo comando del Batallón de Ingenieros 121, que tuve el honor de integrar, al mando del teniente primero Ricardo García para relevar el terreno y tomar contacto con el comandante de la posición de la policía fronteriza a fin de obtener la mayor información posible. Al fin y al cabo, nuestros gendarmes en la frontera hacían lo mismo que los carabineros al otro lado de la histórica alambrada divisoria. Observarse. Tomar nota de cada movimiento, de cada presencia no habitual.
Para que la infantería y blindados argentinos pudieran trasponer ese sector se requería entonces, lo que se dice, abrir las brechas necesarias. Tarea que compete a los ingenieros. Y para ello es necesario conocer el terreno y quiénes están del otro lado (tipo de efectivos, poder de fuego, disposición defensiva, etc.). Los datos obtenidos servirán para definir la acción a emprender, cómo está preparado el adversario y prever, a su vez, qué movimientos espera el enemigo que la propia tropa realice.
Y aquí aparece un dato no menor que guarda relación con esto. Tanto las motos cazatanques, las montoneras y la primera línea chilena habían sido dispuestas para obligar a la avanzada argentina a dirigirse hacia determinados corredores donde serían aguardados no solo por más campos minados sino por terrenos horadados y bloqueados por los ingenieros militares chilenos para “clavar” en el terreno a los vehículos argentinos y hacerlos presa fácil de su artillería de campaña. Es por todo esto que el General Menéndez era uno de los que sostenía que el primer ataque argentino en la zona podría ser rechazado por las fuerzas chilenas las cuales lanzarían una contraofensiva –decía- que podría haber llegado hasta las puertas de Río Gallegos pero que por peso propio se produciría la devolución con un lento repliegue de los invasores hasta diezmarlos en su propio territorio. Es tal vez por esto que un sector del generalato argentino estimaba que sería una guerra larga y sangrienta.
Y efectivamente los planes elaborados en Santiago también preveían, al menos, parte de esta consideración. En sus planes estaba capturar Río Gallegos en una dirección de ataque y en otra, Bahía Blanca, para luego intentar una acción de pinza para terminar ocupando toda la Patagonia.
En consecuencia, si había ataque se sabía de antemano que Chile no solo se defendería, sino que contraatacaría, y por esto la acción de la avanzada argentina no tenía márgenes para errores.
Es por esto también que a quienes se asignaron las tareas de abrir aquellos pasos o brechas sabían también que, conforme a los manuales militares, -como explica el teniente Juan Fernando Etcheverry en “Técnicas y tácticas para la apertura de brechas”- había que conocer la “existencia de obstáculos alámbricos; Claros y rodeos; Composición del campo minado (profundidad, tipo de minas y forma de instalación, minas activadas, etc); y Ubicación de la defensa directa”.
Y en aquel sector sureño, tal misión había sido encomendada a las compañías Comando y “A”, cuyos jefes era los tenientes primeros Ricardo García y Vicente Belsito, respectivamente, quienes tras la información colectada por el grupo comando del batallón más –seguramente- el relevamiento aportado por inteligencia del V Cuerpo de Ejército, habían previsto precisamente que la misión podía concretarse, pero a un alto costo de vidas.




Dieciocho días después de nuestra presencia en El Zurdo, es decir el mismo 22 de diciembre (día D), el general José Antonio Vaquero, en calidad de comandante del Teatro de Operaciones Sur (T.O.S.) nos dirigió una fuerte arenga donde nos reclamaba matar a 7 soldados chilenos antes de caer en combate. Un 7 x 1 que, según sus cálculos, haría imponer el peso numérico de las tropas argentinas por sobre las trasandinas.
Solo conociendo estos detalles, muchísimos años después pude comprender el porqué, días posteriores a aquel reconocimiento de terreno y minutos después de la arenga, había escuchado a un subteniente decir “mi teniente primero, nos mandan al matadero”.
Pero era un estado de guerra y las ordenes debían ser cumplidas. La máxima cuartelera de “el soldado no piensa, ejecuta” se derrama sobre todas las jerarquías cuando se está en el frente de batalla, y estuvo muy cerca de ser una terrible realidad elevada a su máxima expresión.

Mantener la historia viva, solo en Chile


El 3 de diciembre de 2018, ex soldados que integran la Agrupación Valientes de la Pampa, fueron recibidos en el Regimiento N° 10 “Pudeto”, que fuera su cuartel durante 1978. En la oportunidad los recibió el jefe de la unidad teniente coronel Alejandro Moreno Araya, quien les dio la bienvenida reconociéndolos como héroes de la patria. Como se conmemoraban 108 años de la creación de la unidad, se realizó en la misma un acto importante, oportunidad en la que se les permitió desfilar junto a las tropas regulares.
El 18 de diciembre del año pasado, ex soldados del Regimiento N° 1 “Buin” regresaron a la ciudad de Punta Arenas tras 41 años, para recorrer los lugares hacia donde fueron movilizados en 1978.
Estos otrora jóvenes hicieron el servicio militar obligatorio en aquella unidad ubicada en Santiago y durante la guerra por el canal del Beagle fueron movilizados para sumarse al Regimiento N° 10 “Caupolicán”, distribuyéndose en las zonas de Río Grande, Manantiales y Pampa Guanaco. Tenían por misión detener el avance de las tropas de Infantería de Marina que comenzarían a desplazarse desde la Tierra de Fuego argentina.
El 16 de enero de este año 80 ex soldados oriundos, de la localidad de Linares, también retornaron a su viejo cuartel en Punta Arenas para desde allí poder visitar los viejos emplazamientos de las trincheras. También fueron recibidos, con todos los honores, por el jefe de la unidad, pero además por el alcalde de la ciudad anfitriona.
Hay que destacar que el viaje fue posible gracias al aporte económico del alcalde y concejo municipal de Linares.
Pero el acto más emotivo fue, quizás, el llevado a cabo por un grupo de ex soldados que integraron la 2da. Compañía de Fusileros del “10”, que se reunieron en la zona de trincheras de Ci Aike (comuna de San Gregorio) para dar cumplimiento al pedido póstumo que les realizara su entonces jefe, el capitán Rafael Cruz. Fue por esto que, en una pequeña formación, los 16 ex soldados tras entonar el himno de Chile esparcieron al viento las cenizas de su jefe.