REGRESAR A LOS LUGARES QUE TAL VEZ NUNCA DEJAMOS
ATRÁS
Volver a los
diecisiete /
Después de vivir
un siglo /
Es como descifrar
signos /
Sin ser sabio
competente /
Volver a ser de
repente /
Tan frágil como un segundo /
Volver a sentir profundo /
Como un niño frente a Dios /
Eso es lo que siento yo /
En este instante fecundo…
Tan frágil como un segundo /
Volver a sentir profundo /
Como un niño frente a Dios /
Eso es lo que siento yo /
En este instante fecundo…
Primera
estrofa de “Volver a los 17” de la
chilena Violeta Parra que sirven para enmarcar mi accidental regreso, cuarenta
años después, al lugar que sirvió como punto de partida al libro “Hubo penas y olvidos”.
No
volví a los 17 de la cantautora trasandina sino a los -recién cumplidos- 19
míos. Con su bagaje de poca experiencia y muchos temores.
Por
cuestiones del destino y las circunstancias llevé a mi hija mayor hasta el
aeropuerto de la ciudad de Paraná que se encuentra en el mismo predio de la
Base Aérea y comparten torre de control, pistas e instalaciones complementarias.
Subiendo
hacia el primer piso, donde se encuentra el bar, pude divisar plenamente aquel
tejido de cemento por donde se desplazan los aviones y -desde el concepto de la
filosofía griega- ver los fantasmas de la tropa de entonces.
Desde
ese mismo lugar el 22 de noviembre de 1978 partió el Tango 01 (hoy desaparecido
desde que Menem decretara su salida de servicio y reemplazo por otra unidad) y
el Batallón de Ingenieros en Construcciones 121 fue despedido por el comandante
del II Cuerpo de Ejército, General Leopoldo Galtieri. Coincidentemente del arma
de ingenieros y ex jefe de la unidad.
Con
su “configuración Vietnam” que implicó el retiro de las butacas y paneles
divisores internos, la tropa se fue acomodando dentro de la aeronave. Sentados
en el piso o sobre el casco, encajados uno contra otro merced a las piernas obligatoriamente
abiertas entre las cuales también acomodábamos los fusiles con las culatas bien
afirmadas y los cañones hacia arriba.
Casi
dos horas de vuelo en esas condiciones hasta Comodoro Rivadavia y de allí el
trasbordo hacia dos aviones Fokker F-27 hasta el aeródromo de Puerto San
Julián.
En
este segundo tramo las condiciones de transporte habían mejorado
considerablemente. Con similar configuración interior fueron dos aeronaves las
que concretaron el trabajo y para lo cual se habían colocado en el habitáculo
principal dos correas a lo largo y sobre el piso de la cual nos tuvimos que
aferrar fuertemente al momento del despegue y aterrizaje para evitar salir rodando
siguiendo la inclinación que adoptaba el artefacto.
Después
de hacer noche en un valle en las cercanías de San Julián, el viaje se completó
con 6 horas mas a bordo de camiones Unimog y Mercedes Benz hasta la ciudad de
Río Gallegos, lugar donde el núcleo principal de la unidad levantaría su vivac
(campamento) desde el 23 de noviembre de 1978 al 29 de enero de 1979.
La
mayor parte de ese tiempo ocupamos la Sociedad Rural de la capital santacruceña
y una semana antes del regreso nos trasladaron hacia dependencias del Batallón
de Ingenieros de Combate 181, en la misma ciudad donde quedó una reserva hasta junio de 1979.
Volver
a los 19, aunque fuere en forma accidental, disparó un sinfín de sensaciones tal
vez porque en definitiva fue como “Volver
a ser de repente / Tan frágil como un segundo / Volver a sentir profundo / Como
un niño frente a Dios”.